El primer dÃa de junio, un sábado, salimos mi esposo y yo a trabajar, atendemos un pequeño negocio en el mercado de Atenas, tenemos tres hijos, Luis de 21, Daniel de 18 (mi ángel) y Josué, hijo adoptivo de 17, un dÃa completamente normal, Daniel era un joven deportista, capitán de su equipo, cuidaba mucho su figura y su alimentación, trabajador, muy ordenado con sus cosas y con su dinero, trabajaba con nosotros y estaba ahorrando para pagarse un curso de fotografÃa, ya habÃa comprado una cámara y algunos lentes, era sumamente alegre y cariñoso, sin embargo esa mañana a las 9 de la mañana recibimos una llamada de Josué diciéndonos que Daniel se habÃa quitado la vida, a pesar de los esfuerzos de los paramédicos no fue posible reanimarlo, cuándo yo llegué a mi casa mi hijo estaba tendido en piso con un montón de gente encima haciendo maniobras que resultaron inútiles, mi hijo se habÃa ido, y con él se llevó todas las respuestas a las miles y miles de preguntas que nos hacemos hasta el dÃa de hoy.
Mucha gente llegó a mi casa ese dÃa y al dÃa siguiente en el funeral no cabÃa un alma, pero con el paso de los dÃas tanto amigos como familiares se fueron alejando hasta el punto en que ahora, después de tres largos meses, nos encontramos completamente solos, las personas a nuestro alrededor no preguntan, no los visitan, algunos nos han dicho que se les hace muy difÃcil visitarnos y que Daniel no esté.
Hemos hecho todo lo posible para mantenernos distraÃdos, yo incluso me inscribà en clases de natación, aun teniendo pánico a las piscinas.
No es fácil sobrellevar una situación asÃ, no hay información, no hay apoyo, no hay una enfermedad a la cual culpar, no hay un accidente que pueda ser el responsable, no existe un asesino al que podamos condenar y aceptar que nuestro bebé simplemente quiso dejarnos asà sin aviso, sin razones aparentes, sin una despedida, es algo que cuesta asimilar.